La puerta de la tienda era grande, tan ancha como para dejar pasar a cuatro personas al mismo tiempo. Víctor lo sabía, un día habían cargado un enorme mostrador a través de esa puerta, y él lo había presenciado todo. Fue un tipo de espectáculo, que todo el barrio miró de cerca o de lejos.
La tienda también era enorme, al parecer el dueño de la tienda había comprado los dos terrenos junto al original que poseía, y vivía prácticamente en un cuarto, porque el resto del edificio era todo tienda, la tienda de Don Cuba. Don Cuba, contrató dos empleados para que le ayudarán a vender, lo bueno era que podíamos encontrar de todo. Eso era un alivio, porque si la mamá de Víctor lo enviaba a comprar algo, era muy posible que lo encontrara ahí. Un lazo azul para su hermana, cartulina morada, o escuadras para la clase de geometría.
Los niños de la edad de Víctor tenían en alta estima a Don Cuba, porque también traía toda clase de pequeños juguetes, canicas, las "figuritas" para llenar el álbum de moda y las golosinas. A Víctor especialmente se obsesionaba con que su madre le comprara unos gramos de caramelos, que Don Cuba o uno de sus empleados sacaba de un enorme frasco con ayuda de un cucharón tan enorme como que la abuela de Víctor usaba para cocinar durante una reunión familiar.
Había otras tiendas, más pequeñas, de doña Chayo, y la otra bodega, un poco más "arreglada" tipo "minimarket" como los que habían en el centro de la ciudad, pero como decían la mamá de Víctor, "ahí no vas a encontrar lo que quiero que compres, mejor anda donde Don Cuba".
Los fines de semana y en fiestas, por las noches, la tienda de Don Cuba era frecuentado por quienes querían comprar cerveza o algún tipo de licor. A veces el papá de Víctor lo enviaba a comprar una o dos cajas de cerveza para continuar celebrando el cumpleaños de alguien de la familia.
Para los sábados fiesteros, Don Cuba compró un carro sanguchero, vendía todo tipo de sanguche, ahí trabajaba el negro Yonatan, un moreno malhablado pero responsable, que se encarga de preparar y vender los sanguches. Víctor de vez en cuando compraba alguno, pero tenía que aguantar a Yonatan con sus bromas de doble sentido sobre su mamá. Víctor intentaba responderle, pero Yonatan tenía al parecer una maestría en fastidiarle la vida a alguien sin morir en el intento y nunca podía ganarle una discusión. Pero Víctor se olvidaba al poco de las bromas, porque el negro Yonatan le daba su yapa, siempre un extra de papas y cremas, enviandole saludos a "tu mamacita, mi Víctor, que se cuide".
La bodega en sí un gran negocio, y Don Cuba era apreciado por el vecindario. Todo se malogró un día. Víctor fue sacado de su cama casi a escobazos por su mamá, "ya son las ocho so pendejo", le gritó, "¿eres el patrón?". A la volada tuvo que cambiarse y salir corriendo a la tienda de Don Cuba a comprar dos soles de pan y unos cien gramos de queso, y también un kilo de tomates, "al toque".
Llegando a la tienda, Víctor se dio cuenta que algo raro pasaba. Normalmente la tienda de Don Cuba se llenaba, pero no tanto como para que hubiera un montón de gente afuera. Como pudo logró ver que la tienda aún no abría. Y eso era raro, porque Don Cuba era madrugador, todos los días abría a las 6 de la mañana, cada día. Un día, recordaba Víctor, había cerrado, pero tal vez era su imaginación. Pero nadie sabía que pasaba. Los empleados de Don Cuba estaban también preocupados. Y tocaban fuerte la puerta. "Le habrá pasado algo", dijo una vecina. Y eso empezó a alarmar a muchos. Lo malo era que la puerta era grande, enorme y pesada. Don Cuba había asegurado su tienda. Uno de los empleados fue a buscar a Yonatan, que aparte de buen cocinero de sanguches y lisuriento, era reconocido por su habilidad de subirse a los techos y descolgarse, y lo buscarían para que se meta a la casa de Don Cuba. Víctor escuchaba a su mamá que Yonatan un tiempo anduvo en malos pasos, pero nunca se atrevió a preguntarle directamente.
La cosa es que trajeron a Yonatan, que no perdió tiempo y se subió con ayuda de dos vecinos al techo y desapareció de la vista. La gente estaba en silencio, mientras Víctor se preguntaba en cuanto tiempo se aparecería su hermana enviada por su mamá para saber "porqué el Víctor andaba perdiendo el tiempo". No recordaba haber tenido miedo o preocupación. Hasta que escuchó el grito. Era Yonatan, que empezó a soltar gritos pidiendo ayuda y soltando tantos insultos como recordaba Víctor.
La puerta de la tienda tenía una pequeña ventanita, que se abrió de golpe y Víctor recuerda haber visto a Yonatan, tan negro como era, con los ojos desorbitados, asomarse por ella diciendo no podía abrirla que estaba con llave, pero que habían matado a Don Cuba, que lo ayudaran.
Para cuando llego el cerrajero, ya la mamá de Víctor estaba junto a él, porque primero llegó su hermana buscándolo y cuando Víctor la envió de vuelta, la mamá se apareció y al parecer no se iría sin saber el desenlace.
Abrieron la puerta, pero Víctor solo pudo enterarse por lo que contó Yonatan unos días después, al grupo de curiosos que lo abordó. Yonatan había subido al techo, que era de ladrillo pero tenía algunas partes de calamina, cuando encontró el tragaluz, estaba bloqueado por una reja hecha de varillas de acero. Entonces retrocedió un poco y levantó una calamina, y se descolgó dentro de la casa. La casa estaba oscura "como mi culo", dijo, y trató de encender las luces pero no funcionaba, la electricidad no estaba presente. Como conocía la tienda y una vez había acompañado a Don Cuba, se orientó tanto como pudo y llegó a la caja de las llaves de electricidad, y las encendió. Cuando llegó al cuarto, encontró a Don Cuba, o al menos una parte de él. La cabeza de Don Cuba lo miraba desde una esquina del cuarto, y el resto de su cuerpo ocupaba una mecedora. "Ahí gritaste como niña", le bromearon, pero al parecer Yonatan no escuchó, porque continuó su relato sin responderle de la forma en que estaban todos acostumbrados, pero nos miró a todos, a cada uno. "No, ahí me quedé sin habla, mi lengua se hizo de piedra. Grité cuando sentía que alguien me tocó los hombros". Víctor recordaba que en ese momento sintió un escalofrío mortal en su espalda, y muchas noches recordaba las palabras de Yonatan. "Y me alguien me dijo que la deuda estaba pagada. Ahí empecé a gritar y salía corriendo hacia la puerta, pero la puerta estaba bloqueada, yo moría de miedo y no quería voltear". Y eso era verdad, porque Víctor recordaba que mientras esperaban al cerrajero y este abría la puerta, Yonatan no se despegó de la ventanita de puerta.
Unas semanas después, llegó el hijo de Don Cuba, que vivía en Chile decían unos, o que vivía en Estados Unidos, la cosa es que llegó, y vendió la casa tienda a unos empresarios de otra ciudad. antes la ofreció a algunos de los vecinos, pero ninguno quería comprarla. Yonatan se fue del vecindario, a otra ciudad, su familia decía que la policia lo había fastidiado mucho tiempo culpandolo del crimen. Pero cuando se dieron cuenta que a pesar de la cara de malandro que tenía, era inocente, lo dejaron en paz, pero ya no se sentía a gusto. Nunca encontraron al culpable, decía que fue para robarle, pero según la mamá de Víctor, el hijo dijo que no le habían robado nada.
Años después Víctor lo encontró en la capital, trabajaba en una aseguradora, después del trabajo le provocó una hamburguesa. Y el dueño del local de hamburguesas, era Yonatan. Hablaron de los viejos tiempos y del vecindario. Cuando tocaron el tema de Don Cuba, Yonatan le contaba que aún tenía pesadillas con lo sucedido. Qué no volvió al vecindario porque tenía miedo de la sombra o lo que sea que le había hablado, pero que había logrado llevar a la capital a su mamá. Que siempre se preguntó, cual era la deuda de Don Cuba. Luego, Yonatan le ordenó a su empleado que no le cobraran a Víctor por la hamburguesa que había pedido, y le envío saludos a su mamá, "que se cuide tu mamacita Víctor".
Víctor salió del local contento con su hamburguesa. Y como Yonatan, se preguntó cual era la deuda de Don Cuba.