La Mente [I]

Recuerdo ese día tan claro porque luego la pase mal varios meses. Estaba en el autobús, yendo al colegio, lo que más me preocupaba era el examen del siguiente lunes, el examen de matemáticas, el más complicado de mi vida. Tercer año de secundaria y los exámenes de matemáticas maltrataban mi orgullo cada vez que podían. No era uno de los más estudiosos de la clase, pero siempre salía bien en los exámenes, en todos, en todos menos en matemáticas, siempre tenía que aprobar con las justas y por más que me preparaba ese examen seguramente me iba a revolcar en el fango de los desaprobados una vez más. Maldición.

El conductor había encendido la radio. Debía ser una especie de cuento narrado, porque era alguien hablando sin parar sobre lo mal que le había salido pedir permiso a sus padres a la fiesta del sábado, una chica. Yo también estaba en algo parecido, solo que al contrario, la fiesta del sábado en casa de Diana Fernández era donde yo quería ir, pero lamentablemente ella no me había invitado a esa fiesta y a ninguna de las que había hecho durante todo el año, para ser más claros, no me había invitado a ninguna de sus fiestas. Me odiaba la muy pedante. Para ser sincero, me ignoraba. Pero eran buenas fiestas, al menos así era la fama que tenían.

En el programa seguían hablando de la fiesta: “quiero ir a la fiesta y en cambio voy a tener que quedarme con mi hermano menor, mientras otros bailan, porque serán tan aburridos justo tienen que ir a casa de la abuela ..” y cosas por el estilo. Ya debían parar con tanto monologo, que aburría. “Diana me dijo que no podía faltar, que no le gustaba que la plantaran ¿y si se molesta y nunca más me invita?”

¿Diana? Vaya que parecido con la realidad, la fiesta de Diana en la radio también. Seguía hablando y empezó con lo del examen del lunes de matemáticas. ¿Examen de matemáticas? Un momento, ahí había algo raro. Era alguien de la escuela. ¿Porqué alguien saldría en la radio hablando de sus problemas personales?

De pronto otra persona comenzó a hablar a la vez. “El reporte de hoy no lo terminé, tendré que engañarle al jefe ojalá pase algo y no me lo pida .. ” No tenía nada que ver con lo que pasaba la otra chica, que clase de programa era..

Lo raro era que hablaban al mismo tiempo y nadie parecía molesto por eso. Luego empezó un coro interminable de voces: “Acá tengo que girar a la izquierda y luego una vuelta enorme para llegar a la terminal, ojalá un día construyan el puente … mi vestido para la noche se ensució pero le voy a pasar un trapo mojado y nadie se dará cuenta … me gustó ver desnuda a la vecina pero sus tetas son raras … me robé dinero del presupuesto y nadie se dio cuenta, si el otro mes hago igual, podré pagar mis tarjetas … no me gusta que haga tanto calor … a que hora llegamos … me arde el cuello …”

Lo que recuerdo a continuación es que todo se llenó de interminables voces hasta que todo se puso negro y desperté en el hospital. Mis padres me miraban y había un doctor, una enfermera, pero empezó de nuevo el programa de radio, pero ahora escuchaba lo que pensaba el doctor, la enfermera, mis padres, el paciente de al lado y volvía desmayarme.

Según mi madre estuve algo de 3 meses desmayándome y volviendo a despertarme. Tendría que repetir el año escolar. Por lo demás estaba bien y mis padres estaban felices de haberme recuperado. Mi madre especialmente. Pero lo que ella no sabe es que empecé a controlar de alguna manera lo que escuchaba dentro de mi mente. Si empezaba a escuchar me concentraba hasta que se silenciaban las voces. Eran los pensamientos de las demás personas. Si me relajaba demasiado, esas voces me aturdían hasta desmayarme. El doctor no supo nunca que pasó, solo me dieron de alta y un medicamento para esquizofrénicos. Pero yo sabía que podía escuchar los pensamientos de los demás, solo que tenía que hacerlo cuidadosamente o terminaría de nuevo en el hospital.

Fue como un entrenamiento. Durante las vacaciones tomé distancia de todos, y me preocupé por no “escuchar” nada. Quería fortalecer ese silencio para no aturdirme de nuevo. Pero ya regresaba a clases y pensé que lo que tenía me iba a servir de mucho. No les voy a negar, lo primero que pensé fue en aprovechar mi habilidad y utilizarla para nunca más desaprobar en alguna materia, especialmente matemáticas. El problema era que me empecé a sentir mal de solo pensarlo. Lo de matemáticas era un asunto personal y no quería ninguna ayuda. Si iba a aprobar matemáticas, lo iba a hacer solo. Si otros cursos me eran fáciles, matemáticas también lo sería. Pero si iba a utilizar mi habilidad para “ayudarme” en otros temas.

Cuando empezó el colegio, las cosas con los otros estudiantes se me facilitaron. Ya podía escuchar selectivamente. Si me enfocaba en una persona, solo la escuchaba a ella. No quería desmayarme en plena escuela. En plena clase de matemáticas iba a ser mi primera prueba. Como había repetido el año, mis ex compañeros estaban un grado delante y no conocía a nadie ahí. Así que mientras el profesor empezó a explicar ciertas fórmulas, me concentré en la chica más bonita del aula. ¿Qué? Era solo un adolescente. No sabía más que su apellido, el profesor le decía “Señorita Gómez”. Empecé a escucharla. “No entiendo nada … debería explicar más despacio … Hipotenusa suena a un apodo muy feo …”

Estaba feliz, seguí escuchando lo que pensaba, una y otra cosa acerca de la clase. Pero debí ser muy obvio, porque ella volteó hacia mi “… este imbécil me mira como si le debiera algo …” y me dijo:

-¿Si?

-Nada …

El problema era que ella había sido bastante enfática en su pregunta y todos había escuchado incluso el profesor, que igual que los demás se burló de mi “mirada perdida”.

-Señor Rodríguez, debería admirar a la señorita Gómez fuera de clases, ahora debería estar mirando mi pizarra.

Para que les voy a decir que las risas se ampliaron. Y la cara de la Gómez no era precisamente de alegría. “Estúpido, ahora me van a fastidiar con él todo el tiempo, que vergüenza… ”

-Vamos Rodríguez, venga a la pizarra y explíquenos lo que ha aprendido hasta ahora. – mientras me entregaba la tiza – pero no vaya a dibujar a la señorita Gómez.

Cuando terminó el día, me había convertido en el chiste del mes, el primer alumno con una nota desaprobatoria sin dar examen aún y Lisseth Gómez me trataba como un apestado.

CONTINUARÁ….

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uau q padre!!

Me gusto mucho tu historia, sera verdad el gran poder de la mente?? o es solo un cuento?? jeje

Mary Mtz.